Una cría de vencejo cayó al interior de una cueva, comida fácil para las ratas si una familia de murciélagos no se hubiera apiadado de ella. Le dieron el calor que necesitaba, la alimentaron. Y así nuestra cría fue creciendo –el vínculo tanto como las alas-.
A Pity, que así se llamaba la cría, le encantaba hacer excursiones durante el día, mientras sus padres y hermanos dormían. Le fascinaba la luz, el aire abierto soplándole en las alas, las ramas de lo árboles que la invitaban a tomar de su fragancia…¡también por supuesto le gustaban muchísimo los insectos, tanto que “se los comía con la mirada!”.
Por la noche, sin embargo, cuando la familia de murciélagos despertaba, Pity estaba exhausta, atolondrada. Mamá y papá murciélagos la “invitaban” a revolotear entre las paredes de la cueva, y a Pity no le quedaban ganas para más excursiones; además, estaba muy oscuro y a menudo chocaba contra las paredes. Sus hermanos se mofaban de ella y sus padres se mostraban cada vez más enfadados y preocupados: “¡eres mala, Pity. No comes lo suficiente, no sabes cazar y estás sorda, no haces más que tropezar!, ¡mira a tus hermanos y aprende de ellos!.
De esta forma, nuestra Pity que ¡tanto quería a sus padres! fue renunciando progresivamente a sus excursiones para tener energía e intentar lo que sus padres le pedían. Poco a poco sus ojos fueron acostumbrándose a la oscuridad y sus oídos se fueron despertando a las paredes que confinaban la penumbra de la cueva. Sin embargo, aunque se esforzaba al máximo nunca llegaba a satisfacer del todo lo que le pedían sus padres, y cada vez más, Pity se reprochaba a sí misma no dar la talla. Por otra parte, sufría tanto cuando recordaba sus excursiones a plena luz del día que poco a poco fue olvidándose de ellas.
Así fueron pasando los días y cada vez se iba sintiendo más triste y desesperanzada –aunque por supuesto era bien distinto lo que mostraba a sus padres y hermanos -. Había aprendido a fingir tanto como a volar haciendo acrobacias en la oscuridad de la cueva; y aunque a su familia le parecía rara su forma de volar terminaron por acostumbrarse a ella y se mostraban contentos con sus progresos. “Todo está bien, Pity”, le recordaban a menudo. Sin embargo, en las pocas ocasiones que se encontraba a solas, la tristeza y el dolor la inundaban hasta el punto que, aterrorizada, buscaba de nuevo la compañía y estar de acuerdo en que “todo está bien”.
Llegó un momento finalmente en el que Pity sencillamente no tenía fuerzas para fingir. Se quedó quieta, inundada de dolor, de impotencia, de reproches… Su familia estaba realmente preocupada. Buscó consejo por todas partes, y así la lista de lo que debería hacer Pity para recuperar la salud aumentó tanto como disminuyeron sus fuerzas para emprender la acción más sencilla. Así, su familia al cabo de un tiempo asumió con pesar que su hija estaba enferma y no había solución. Ellos cazaban por ella y le traían la comida a donde estaba postrada, y con dificultad, haciendo un gran esfuerzo, ella se aferraba al hilo de esperanza que la mantenía con vida.
Al cabo de un tiempo, nuestro vencejo-murciélago se dio cuenta que mientras más luchaba por evitar el dolor que la embargaba más caía en el pozo de la amargura. Así, tomó la determinación de no huir y dejarse llevar por este dolor oscuro y antiguo que parecía no tener fin. El lugar donde yacía Pity se fue haciendo cada vez mas húmedo. Las lágrimas que al principio la desbordaban sólo ocasionalmente, se afirmaron como dos arroyos que arrastraban arenisca y sedimentos antiguos. Sus alas fueron limpiándose –para asombro y desconcierto de sus familiares- de toda la oscuridad acumulada a lo largo de los años.
Un día, mientras su familia descansaba, se sentía especialmente atolondrada. Se dio cuenta que sus alas comenzaban a moverse siguiendo un hondo impulso que no sabía controlar. Sintió miedo –no sabía a dónde la llevaría este impulso- y a la vez una semilla de excitación germinaba en sus entrañas. Por un lado sentía que este nuevo impulso la iba a desgarrar de su mundo conocido, de la seguridad que le proporcionaban las paredes de la cueva, y por otro sentía que un soplo de vitalidad le rociaba su cuerpo estremeciéndolo.
Entregándose a este impulso, apretada por el miedo y la excitación, Pity comenzó a ascender de forma rápida, y de una forma “casual”iba encontrando agujeros en el techo en lugar de “estrellarse”contra él como imaginaba que iba a ocurrir.
Y aquí termina el relato, tal y como me lo contaron. He escuchado rumores, sin embargo, de personas que dicen haber visto a Pity entre penumbras, acostumbrándose a la nueva claridad del mundo extrauterino, hablando tímidamente con otros vencejos en los que podía reconocerse, y, por fin, mostrando sus alas a la luz del sol, agradecida y satisfecha de ser lo que es, abierta a lo que el día disponga regalarle.