Cayendo hacia un fruto maduro
desde el verdor encogido
de una intención incipiente,
descubro el mundo a manotazos
aterido en la oquedad donde mi pecho quisiera palpitar
sin que pueda yo escuchar sus gestos amantes,
donde mis ansias de encuentro me convocan
y chocan con el pergamino orgulloso en que me convertí
marcando distancia por puro miedo a ser tocado.
Y es cuando quemo en la hoguera lo que creo ser:
soberbia gritada por un niño asustado,
cuando asoman incombustibles destellos
que no puedo articular en oración alguna.
Y así nace una profunda reverencia por quien soy
cuando me estrello en apagados semáforos de viento
y cuando canturreo calcinado
alabando la infinita combustión
que a todos nos abrasa