Entre hojas secas
voy cayendo a un abismo infinito
en el que mi quebradiza identidad se descompone.
Aúllo escuchando a los lobos aullar
disfrazados de amedrentadas ovejas.
Rujo y me estremezco asomándome a un resquicio selvático
desde el que mi alma lamenta su mordaza.
La punzada profunda que secó el torrente de mi voz
como una montaña de rancia hojalata se presenta
y yo, entregado y curioso,
sigo sin rendirme a la funcionalidad postiza
que corrompe mi frescura.
Navego en un tormentoso mar de olas inventadas
que desnudan al naufrago harapiento
que sigo creyendo ser.
Nada que decir,
ningún ademán encubridor
nada que decir
no más vestidos verbales
con los que disimular la vergüenza esculpida en mi alma
por plastificadas miradas disfrazadas de maestros y doctores.
Nada que decir
nada que decir
y así, aceptando esta hiriente desnudez
voy abortando lo postizo,
voy dando luz a un espacio informe
que desmiente lo hasta ahora creído o pretendido
y, de forma inexorable, me arroja a lo Innombrable