Nacieron el mismo día, a la misma hora, en la misma ciudad.
Murieron el mismo día, a la misma hora, en la misma ciudad, a la edad de…por ejemplo 75 años.
A veces preguntamos ¿de qué murió tal persona? Y a veces respondemos “cáncer, parada cardiaca, trombosis, accidente de circulación… y así diversificamos a los “enemigos” de nuestra precaria seguridad. La verdad es que tan solo hay un diagnóstico posible (siento quitarles trabajo a los forenses); “murió de…¡estar vivo!”. Vivir implica morir. No podemos tomar la Vida y pretender alejar la Muerte. Vida-Muerte viene en el mismo lote.
Así pues, estas dos personas que tanto tenían en común se llamaron de forma diferente. El primero se llamó “No.” El segundo se llamó “Si”.
Cuando “No” se dio cuenta de que iba a morir gritó con toda la fuerza de su mente: “¡¡¡No!!!”. Y se puso a construir un bunker. Usó los materiales más resistentes que encontró y, a menudo, pensaba: “puede que me tiren una bomba”, y todavía reforzaba más las paredes de su bunker, y construía túneles para poder escapar en caso de necesidad. A veces pensaba: “¿Qué estarán tramando para destruirme?” e inventó satélites que vigilaran al enemigo. Y cuando pensó:”no sé cuanto tiempo estará el enemigo amenazándome “, arrasó los campos de cultivo de los vecinos, recolectó todos los árboles de la zona y los de mucho más allá, y construyó más túneles para guardar todas las provisiones e inventó productos químicos que evitaran que tanta provisión se pudriera. Y estos productos tóxicos eran canalizados fuera del bunker y cada vez más el bunker iba creciendo –no cejaba en su empeño de construir paredes nuevas para “robarle terreno al enemigo”- y el entorno cada vez se veía más desolado.
El bunker cada vez se hizo mayor e hizo falta industria y políticos y mucha organización. Todo el esfuerzo era poco con tal de mantener a raya al enemigo.
Y dentro del bunker todo era lujo, ostentación, abundancia… en todas sus paredes se podía leer “aquí no entra la muerte”.
Y llegó un día, cuando “No” tenía 75 años que se sintió morir. Un dolor profundo lo llevó a la presencia de la muerte. “No” pataleaba, miraba para otro lado, gritaba, jadeaba…La Muerte lo tomó con compasión.
Cuando “Si” se dio cuenta de que iba a morir se sintió profundamente triste. Trató de encontrar una forma de burlar este destino pero al poco comprendió que “haber llegado” significa “Algún día tendré que partir”. Y se dijo: “no voy a desperdiciar esta oportunidad”. Miró el horizonte –lo que la Vida podía depararle- y sintiendo la presencia de la Muerte a su espalda se dijo: “de lo desconocido vengo y algún día volverá a ponerse delante. Ahora tomo la Vida como es, quiero rozarla, asomarme por sus rincones, vivir la miel de los encuentros y la hiel de las despedidas, quiero bailar, esforzarme en llevar a término mis sueños –lo que para mí es importante expresar al mundo- , quiero aprender con cada una de las relaciones, descansar, oler las flores, naufragar, perderme, encontrarme…la Vida lleva tantos años viviéndose, tantos años… me abro a que se viva también a través de mi .”
Y llegó un día, cuando “Si” tenía 75 años que se sintió morir. Las fuerzas le dejaban y “Si” se acurrucó con la inocencia de un niño y la sabiduría de un anciano, y miró a la Muerte a los ojos –que ahora se encontraba delante suya- y le abrió los brazos sonriendo mientras le decía con sus últimas palabras: “mi nombre es “Si”. Y la Muerte lo tomó con compasión.