A menudo, sin darnos cuenta exigimos a la pareja que cubra necesidades afectivas que quedaron insatisfechas en nuestra niñez. Esperar que el otro cambie para que se ajuste a nuestras expectativas nos ancla en una dinámica de acusaciones y reproches que va desgastando la capacidad de comunicar y nos llena de resentimientos.Pretender que la relación funcione exigiendo a la pareja comportamientos y actitudes que no se producen nos condena a una reiteración belicosa o desidiosa que no nos permite explorar nuevas formas de relacionarnos.
Hacernos responsables de nuestros aspectos más inmaduros y tener el coraje de compartirlos nos ayuda a recuperar la complicidad que hace posible que la maduración sea un río que fluye por las dos orillas
Un puerco-espín se sintió por primera vez enamorado al ver a una puerca espina preciosa. Sintiéndose algo inseguro se dejó arrastrar por ese arrebato al igual que hacía ella, que también se había fijado en él. El choque de espinas los hizo retirarse heridos. «¿Qué es esto?, me ha herido; no volveré a confiar en el amor, hace mucho daño.
Al cabo del tiempo el dolor de la herida fue menguando , aunque su recuerdo no, y una mañana los dos volvieron a sentir ese inexplicable impulso a acercarse y se encontraron con el mismo resultado: las púas de los dos se volvieron a clavar y salieron corriendo maldiciendo, acusando, jurando que iban a olvidar para siempre ese absurdo impulso.
Los días fueron pasando y los puerco espines se sentían muy decaídos. Un día uno de los puerco espines se dijo: La vida es muy aburrida en esta protegida soledad . No quiero seguir viviendo así. Y fue de nuevo al encuentro y cuando estaba a punto de tocarse se giró apretando los ojos y mostrando su tierna barriguita, temiendo la herida ahí donde más vulnerable se sentía. Lo que no pudo ver fue que la otra puerco espín había realizado idéntico movimiento y pudieron tocarse de una forma tierna y muy gratificante.
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